martes, 16 de junio de 2020

El secreto de la belleza

Había una vez un hada muy presumida y engreida, de larga cabellera y ojos azules que se llamaba Aurora. Vivía en en el Valle de las Hadas junto con muchas más como ella, escurridizas y pequeñas como una hoja de pino. El valle se encontraba en los árboles más altos de los lugares más inhospitos de la Tierra. A pesar de eso a Aurora le gustaba su casa pequeña pero acogedora,  y también su trabajo, que consistía en levantarse cada mañana para hacer caer las hojas marrones de los árboles de todas las partes del mundo; pero lo que aún le gustaba más era cepillar su dorada y larga cabellera, y mirar su reflejo a todas horas. El resto de las hadas la conocían como "LA PRESUMIDA", ya que no soltaba nunca su kit de maquillaje ni su cepillo mágico, y por eso no acostumbraba a tener muchos amigos. A pesar de estar sola, ella soñaba con ser la más bella de todas las hadas del Valle.
Una mañana, cuando, después de recogerr todo su material dentro de una bolsa de tela, alzó el vuelo y se deslizó por el arcoíris para llegar al trabajo, la bolsa se le agujereó dejando caer su preciado cepillo. Éste fue a parar a un lago que se encontraba cerca de los campos donde pastaban las vacas de un pastor. A Aurora le aterró el hecho de darse cuenta de que había perdido su cepillo, puesto que sin el no era nadie. La gente la admiraba por su fisico, no por su trabajo o su actitud arrogante. Así que decidió saltarse el día de trabajo e ir a buscarlo. Estuviera donde estuviese, debía encontraarlo. Tras dos horas de búsqueda sin descanso, decidió sentarse a la sombra de un árbol cerca dde donde pastaban las vacas y echarse una siesta, ya que estaba agotada de tanto ir arriba y abajo.
Mientras tanto, en los pastos, las vacas, sedientas, bebieron agua del lago en el que había caído el cepillo mágico, tanta, que lo dejaron seco. El pastor, tras terminar su jornada, se las llevó a la granja para ordeñarlas y después hacer queso, yogures y, obviamente, recoger la leche.
Al día siguiente, el pastor se llevó una sorpresa al descubrir que las vacas habían dado leche de color del oro. Así que con esta leche preparó yogures que se vendieron en un abrir y cerrar de ojos. En unas horas todo el pueblo hablaba de los yogures de oro y de que querían hacerse con ellos.
Por su parte, Aurora, al despertarse y percibir el rovoloteo que se había producido cerca del lugaren el que se había acostado, decidío ir aa ver qué sucedía. Tan concentrada estaba en los gritos de los humanos que sobrevoló el lago sin percatarse de que allí se encontraba lo que había buscado durante más de un día. Cuando estuvo tan cerca del barullo como para percibir que se trataba de gente que se quejaba de tener dolores de barriga, vio a un hombre triste y decepcionado, acusado de haber provocado esas dolencia.
Aquel hombre era el pastor que, tras haber vendido todos los yogures de oro, suponiendo que eran riquísimos, al final había comprobado que no sólo eran mejores los qué solía hacer, sino que aquellos no le habían traído más que problemas. Le entristecía pensar que todo aquello había sucedido por haber preferido su aspecto de oro a sus deliciosos yougures.
Aurora, sin terminar de comprender por qué de repente las vacas habían empezado a producir esa leche tan diferente a las demás, dedujo que la causa debía ser su cepillo mágico. Así que decidió recorrer los alrededores de la granja buscándolo. Entonces, percibió que el aire era húmedo y de un aroma dulce, vio cómo los pájaros alimentaban a sus crías, como los niños reían y admiró el plateado y nuboso cielo otoñal. De ese modo, se dio cuenta de muchas cosas en las que nunca había reparado, a causa de haber estado tan centrada en sí misma.
Cuando por fin divisó a lo ejos un pequeño destello de magía en el lugar en el que antes había estado el lago, supo que allí se encontraba su cepillo. Al tenerlo de nuevo entre sus manos, sintío que le embargaba una emoción distinta. Antes aquel cepillo era indispensable para ella, pero tras haber pasado un día sin él se dio cuenta de que, en realidad, había cosas mucho más importantes.
Aurora, como el pastor, pensó que no todo lo que relucía era oro. Las cosas más insignificantes y pequeñas podían acabar produciendo un gran cambio, y al final ser más importantes que las que que las que en un primer momento hubiesen podido causar una gran admiración. También se dio cuenta de que nunca se había fijado en lo feliz que le hacía ver a alguien sonreír o lo bellos que eran los árboles teñidos de rojo y marrón que la rodeaban. Que lo importante, en realidad, es lo que se esconde más al fondo de lo que vemos, porque al final todo envejece o se marchita y lo único que queda son los recuerdos guardados y compartidos, los actos que se dan y reciben cada día, y los errores y las acciones que nos hace sentir, querer y amar.

Nuria Molins