Daniela no ha ido hoy a la escuela. Está muy resfriada, le duele la cabeza y tiene fiebre. Papá ha cancelado sus citas para quedarse en casa cuidando de su ángel.
La pequeña duerme intranquila; no para de moverse de un lado a otro de la cama. Al entrar Javier en la habitación, un suave y delicioso aroma a jengibre, cardamomo, clavo, canela y miel despierta los sentidos de Daniela.
-¡Me has preparado mi infusión favorita, papá! - dice la niña.
-Si, cariño aquí la tienes, ¡tómatela bien caliente! - susurra Javier con ternura.
-Papá, ¿mé cuentas un cuento de especias? - pregunta mimosa Daniela.
-¿De especias...? - Javier frunce el ceño pensativo.
Daniela, pone una vez más a prueba su imaginación.
Tras hurgar en sus recuerdos de infancia, Javier, apasionado amante de las especias y de mundos lejanos desde niño, revive la historia que cientos de veces le contó su madre antes de acostarse.
-Escucha atentamente, Daniela, porque lo que te voy a contar te lo cuento tal y como me lo explicaron a mí cuando tenía tu edad.
Daniela abre de par en par los enormes ojos negros y se acomoda en un campo de floreados almohadones que destilan primavera, mientras papá, en voz muy baja para captar su atención, inicia su relato.
-Cuenta una antigua leyenda hindú que hace miles y miles de años los dioses debas habían perdido su fuerza. Para recuperarla, decidieron pactar con los demonios asuras y poder compartir, así, el amrita, el néctar de la inmortalidad. Pero.... cuando Dhanwan Tari, considerado el dios de la medicina ayurvédica y avatar del dios Vishnu, presentó a los demonios el kumbha, recipiente que contenía el amrita, éstos se lo arrebataron y huyeron.
Los dioses los persiguieron y durante doce días y doce noches divinas, que equivalían a doce años humanos, y dioses y demonios combatieron en el cielo para poseer el cántaro de amrita. En medio de la encarnizada batalla, unas gotas del apreciado néctar se derramaron sobre Prayag, Haridwar, Ujjain y Nasik, que se comvirtieron en ciudades sagradas y en lugar de peregrinación de millones de personas que viajan allí para celebrar el Kumbh Mela, una de las festividades religiosas más impportantes de India, y para bañarse en las aguas sagradas del Ganges, el río más veneradode India que, en esas fechas, intensifiva sus propiedades mágicas y curativas, y se viste de alegría y color.
En las ciudades santas pasan cosas mágicas, Daniela, y en Haridward, la madrugada de una clara y estrellada noche de verano, en una humilde y pequeña casa situada a orillas del Ganges, nació una preciosa niña que colmó de alegría a Yakitza y a Ravi, sus padres. La llamaron Lakshmi,en honor a la esposa del dios Vishnu, diosa de la buena fortuna, la abundacia, la belleza y el amor, que en sus cuatro brazos sostiene con delicadeza flores de loto, simbolo de la pureza del alma, y monedas de oro en señal de bendición y riqueza.
Lakshmi fue siempre una niña delicada, especial y exquisitamente distinta a las demás; dispuesta a regalar buena fortuna y amor a todo aquel que se acercara. Su pasión por las especias era tal que, en lugar de jugar con sus hermanos al regresar de la escuela, prefería pasar horas y horas en la cocina con su madre Yalitza, para preparar las mezclas más singulares de especias que puedas imaginarte.
Su persomal farmacia incluía cayena, comino, clavo, pimentón, fenogreco, hinojo, jengibre, nuez moscada, mostaza, azafran..., pero también otras especias que sólo la pequeña conocía, las cuales recreaban todo el mundo de sabores y colores de la cocina india, a la vez que infundían a la receta un toque mágico y curativo que sólo Lakshmi tenía el don de conseguir. Durante toda su vida ayudó a los demás con sus enigmáticas pociones, capaces de sanar el cuerpo y el alma de quien lo necesitaba. Su bondad y sabiduría cruzaron fronteras, y personas de todo el planeta viajaban para visitarla, abrazarla y acariciar sus manos y mejillas.
Lakshmi, "el hada buena de las especias" como la llamaban en Haridward, su ciudad natal, pasó a lo largo de su vida por las cuatro etapas de la religión hinduista. Incansable y entusiasta estudiosa del Ayurveda, fue madre de un niño, peregrinó durante años por India ofreciedo su generosa y desinteresada ayuda a quien la precisara y finalmente, alcanzó una etapa de su vida en la que sintió la profunda necesidad de alejarse de todo y disfrutar de una existencia más mística, lejos de los placeres mundanos; plenamente dedicada a la meditación, a la practica del yoga y a la vida ascética.
Y así fue como con el paso de los años, Lakshmi, convencida de su predestinación espiritual, se convirtió en una Sadhvis, nombre con el que se designa en India a las mujeres que optan por llevar una vida dedicada a la espiritualidad y a la búsqueda del Alma Suprema.
Daniela duerme plácida y profundamente. La fiebre ha bajado. Javier finaliza su relato y un cálido escalofrío recorre su espalda. En ese preciso momento, revive la emoción que sentía en su niñez, cuando su madre acaba de contarle el cuneto, y, convencido de que el espíritu de Lakshmi los acompaña, sale de la habitación y cierra la puerta con sumo cuidado, con la certeza de que la pequeña está en las mejores manos.
Josefina Largués