domingo, 18 de abril de 2021

LA ISLA DEL TESORO

 

Cuando el joven Jim Hawkins encuentra el mapa de una isla desierta en que se ha escondido un tesoro, recurre a influyentes amigos para fletar la hispanola y emprender el viaje. Cuenta con su audacia, la experiencia del capitán Smollet y la inteligencia del doctor Livesey. Pero la tripulación está formada por una banda de filibusteros a las órdenes de John Silver, un verdadero pirata sanguinario que codicia el mismo tesoro.

Stevenson nació en Edimburgo en 1850. Estudio Derecho pero nunca ejercio. Se dedicó a viajar, en busca de un buen clima para sus enfermos pulmones, y a escribir algunas de las mejores novelas de aventuras de la literatura universal, como El extraño caso del Dr Jekyll y Mr Hyde. En 1984 murio en una isla de Samoa, donde convivía con los nativos que le llamaban Tusitala, el contador de cuentos.

Uno de los libros de aventuras mas reconocidos y recurrentes de todos los tiempos. Si quieres hablar de piratas, este es tu libro. Muchas series y películas están basados en esta novela. Es uno de esos libros atemporales que todo amante de las novelas de aventuras debería de leer en algún momento de su vida.

El libro comienza en la posada Almirante Benbow, cuando un viejo lobo de mar pide una habitación para pasar una temporada. Nuestro joven Hawkins nunca se esperaría que la llegada de este marinero trastocaría todo su mundo. Semana tras semana, mes tras mes, el seguía con su cantinela ¡Yujujuu y una botella de ron! Acabando con todas las reservas y molestando a todo aquel que se atrevía a molestarlo.

Tiempo después, un antiguo conocido de nuestro capitán agarra a nuestro Jim para sonsacarle su paradero. Lívido de terror, corre a la posada para informar a su madre de lo ocurrido, cuando en la posada es interceptado por otro camarada de la banda del bucanero.

Lamentablemente para nuestros amigos, el capitán, llamado Billy Bones, que es como realmente se llamaba, muere de una apoplejía en la taberna de la posada. Debido a este suceso la madre de Jim decide registrar las pertenencias del finado y allí descubre el mapa que iniciara toda la trama de la búsqueda del tesoro.



En la obra encontramos a personajes míticos como el temido Jhon Silver el Largo, alias barbacoa, el cual tiene una taberna en Bristol llamada “El Catalejo” que dirige junto a su mujer. Sus rasgos mas distintivos son la falta de su pierna y ser dueño de un loro que lo acompaña allá donde va.

El Doctor David Livesy; Otro de los protagonistas de la obra, muy protector con Jim y uno de los primero que nada mas ver el mapa, decide embarcarse en la búsqueda del tesoro. Una persona muy disciplinada y profesional, que se toma muy en serio su trabajo de doctor.

El Caballero Jihn Trelawney: El actual alcalde de Bristol, que junto con el Doctor y el capital Smollet, actuaran como los aliados más cercanos de Jim. Entre sus habilidades destacan su excelente puntería y la gran cantidad de contacto que tiene a su disposición.

Capitán Alexaner Smollet: Es el capitán de La Hispaniola. Desde el primer momento está descontento con su tripulación, ya que los marineros no le inspiran confianza. Es una persona seria y algo huraña, pero muy leal y luchadora.

 El libro consta de 34 capítulos, narrados en primera persona por Jim Hawkins, divididos en cinco partes muy bien desarrolladas y esquematizadas.

Es uno de esos pequeños tesoros, por los que no pasa el tiempo. Recuerdo que la primera vez que lo leí dibuje mi propio mapa del tesoro y organice una búsqueda de todo tipo de cachivaches brillantes del trastero de mi casa.

La verdad es que es una maravilla que de vez en cuando salga su nombre y te entren ganas de volverlo a leer. La isla de las cabezas cortadas, los goonies, piratas del caribe, todos ellos beben de este clasico entre los clasicos…

Ron, ron ron, otra botella de ron grumetes!!! Yarrrrr como nos lo vamos a pasarrr.

domingo, 11 de abril de 2021

Lo que esconde


Una lágrima fugaz cruzó con la velocidad de la luz su sonrosada y ardiente mejilla, queriendo pasar desapercibida sin apenas sin éxito. Estaba encendida, hirviendo de rabia, de impotencia. se sentía diminuta, prácticamente invisible. Estaba pero nadie la veía, casi ni se notaba su presencia.

Su abuela, ella sí que la sentía, y le enfurecía que cada día todos parecieran ignorarla, como si no existiera. al final, ambas habían aprendido a vivir con ello y, ahora sentada en su antiguo salón, aún repiqueteaba en las paredes de su mente sus dichosas palabras " No bajes la cabeza, mi pequeña hada, no dejes que nunca nadie te impida volar". Ahora, que ya no estaba, se preguntaba más que nunca qué era lo que en realidad le impedía volar. Ser libre.

"Mi pequeña hada": el recuerdo de aquella expresión ingenua le daba fuerzas para seguir adelante, aunque ella ya no estuviera para decírselo. No se lo pensó dos veces. Se incorporó y se fue rápidamente a por un pedazo de papel y lápiz. Lo había decidido, nadie ni nada la iban a parar, porque sabía con certeza que las palabras, colocadas con cautela de manera ordenada, pueden llegar a mover montañas. Ella iba a mover la suya.

El cielo rompió a llorar con el estridente eco de un trueno y se abstuvo por un instante de los pensamientos que desbordaba sin freno su enfurecida y desolada mente. Colocó el lápiz contra aquel papel, arrugado y amarillento, de esos que han sido olvidados en cualquier rincón y no te das cuenta de su existencia hasta que lo necesitas, y toda su rabia empezó a fluir cual río bravo durante el deshielo. Tres horas se pasó sin cesar, sin descanso, sin cerrar la compuerta de su exasperación, disponiendo palabra tras palabra con mucho cuidado, expresando toda su aflicción, revelando todo lo que en silencio sufría y ocultaba día tras día.

Al escribir la última palabra, levantó con dificultad su pesado pero a la vez ligero cuerpo de aquella vieja y angosta silla, y recorrió el oscuro pasillo de aquella casa que antes estaba llena de vida y ahora tan sólo parecía que los recuerdos quer había en ella trataran de asfixiarla. Observó su rostro en el espejo que había al llegar a su fin, en medio de la pared blanca y rugosa de aquel lugar donde antes había vivido tantos recuerdos que parecían una borrosa ilusión y le hacían sacar una sonrisa tímida que en realidad ya no le hacía más que albergar una profunda tristeza.

No se reconoce. Ése no era su rostro. Era un rostro pálido, frío, cadavérico, sin apenas vida. Sus labios estaban secos, de un tono morado, y los pómulos de su rostro sobresalían haciendo parecer que su piel punzaba. Sentía que ya no tenía fuerzas ni para contener el oxígeno que había en sus pulmones, lo que hacía que su abuela la llamara "mi pequeña hada" se había ido como las palabras se las lleva el viento. Su tintineo, el brillo de vida que transmitían sus ojos, se había fundido, extinguido, y bajo ellos, se percibían unas profundas y oscuras bolsas que no hacían más que evidenciar más su profundo agotamiento. Ya no quedaba nada de aquella niña risueña que un día fue.

No sabía si debía, si sería suficientemente fuerte como para soportarlo, pero baja la vista. Observa todo su reflejo y se odia a sí misma por hacerlo. Aún no es suficiente, pero ¿ por qué ni siquiera ella podía ver todo lo que los demás ignoran? ¿Por qué ella? Empezó a sentir un frío incluso más profundo que el que sentía a todas horas, por segundos se hacía cada vez más insoportable, se filtraba por todos los poros de su piel, y, sin apenas percatarse, dejó de sentir sus entumecidas manos. Intentó sostener la vista pero se le empezó a nublar mientras el terror de estar, de haber perdido su hada interior y jamás ser suficiente ni para ella misma, le azotaba el alma. Una fina capa de desesperación colmó el vaso, estaba agotada, no podía más, sus piernas ya no conseguían soportarla y, rendida, cedió. Su cuerpo cayó al suelo desprendido, brotando impotencia. Perdió la conciencia, se perdió a sí misma en cuestión de segundos, todo aquello por lo que llevaba luchando demasiado tiempo ya carecía de sentido o ni lo recordaba. Sin embargo, antes de dejar de sentir completamente el frío suelo contra cada poro de su piel, pudo oírlo, el suave tintineo de las alas de un hada, y, después, oscuridad.



Marina Montalvo