La reina Pepita estaba aburrida. Sentada en su sofá real, había intentado ver algo mínimamente interesante en la televisión, pero después de zapear un buen rato, decidió abandonar. Entiendo que la llamen "la caja tonta", pensó, cuando sonó el teléfono. Su mayordomo lo descolgó y se lo pasó. Era su amiga Mab, la reina de las hadas.
- Mi querida Pepita, te llamo porque tengo un pequeño problema y he pensado que quizá podrías ayudarme.
- Está hecho, mi querida Mab -respondió Pepita-, ¿de qué se trata?
- Te lo voy a explicar. MI hijita, que sólo tiene 800 años, no quiere levantarse de la cama por las mañanas para asistir a las clases del instituto de las hadas. Tengo que insistir muchísimo, e incluso en alguna ocasión he llegado a gritarle, lo cual no es bueno para mis cuerdas vocales. No sé por qué se comporta así. Siempre había sido una hadita amable y obediente. He llegado incluso a llevarla a la hadanalista, que le ha dicho que se tumbe en un diván para intentar averiguar qué le ocurría.
- ¿Y qué le ocurría?-pregunto Pepita.
- Pues que se dormía en cada sesión -le respondió Mab.
- Voy a ver qué puedo hacer -le dijo la reina Pepita-. Déjame unas horas.
- Desde luego -repuso la reina Mab encantada-. Tómate el tiempo que necesites, ahora está durmiendo.
La reina Pepita colgó el teléfono y, acto seguido, marcó el número de Sarah, su amiga que siempre se lo solucionaba todo. Le explicó lo que le ocurría a Mab y le propuso que viajaran juntas al país de las hadas para ayudarle.
A la mañana siguiente, Pepita y su carroza real fueron a recoger a Sarah a su casa para dirigirse al aeropuerto. Iban con tiempo suficiente para facturar la maleta y desayunar en la Terminal 1. Durante el desayuno estuvieron discutiendo diversas posibilidades. Quizás a la muchacha le faltaran vitaminas. A lo mejor la habían hechizado. Probablemente estudiaba demasiado. ¿Estaría enamorada? Mientras lo comentaban, sonó el aviso por megafonía y se dirigieron al avión.
El viaje fue más movido de lo esperado. Unas inoportunas turbulencias hicieron que más de un pasajero pensara que estaba en las montañas rusas, pero en realidad se encontraba sobrevolando los Pirineos, que no son precisamente rusos. Cuando, por ultimo, llegaron a Irlanda, el avión olía a vómitos, pues muchos pasajeros no lograron digerir a tiempo el desayuno. Una azafata lo intentó disimular con un ambientador que olía a vainilla, pero la verdad es que lo único que logró fue empeorarlo.
Cuando bajaron del avión vino a recibirlas una comitiva de hadas con flores, fruta y sonrisas. Al frente cortejo se encontraba una hadita pequeñita y regordeta con una sonrisa de oreja a oreja y un poquito más.
- Me siento muy honrada de daros la bienvenida a nuestro pequeño país -les dijo-. Venid conmigo, que nos espera un largo viaje hasta el palacio de la reina Mab.
Sarah y Pepita subieron a una enorme calabaza tirada por dos unicornios, que, rauda y veloz, se encaminó hacia el palacio de Mab. Durante el camino, el hada regordeta no dejó de explicar chistes, algunos bastante malos, pero otros muy divertidos. Sarah se apuntó algunos, pues pensó que le podrían servir en algún momento. No iba muy desencaminada...
Tras varias horas de camino, pudieron ver en la lejanía un palacio voluminoso que se alzaba sobre una pequeña montaña. Sarah estaba ansiosa por llegar. Cuando llegaron al palacio, la reina Mab hizo venir a su hija para presentársela a la reina Pepita y a su amiguita Sarah. Tardó un buen rato en aparecer. LA hadita parecía más un zombi que otra cosa, iba despeinada y lucía unas legañas descomunales. Sarah llegó a pensar que la muchacha estaba emparentada con los Adams, pero no se atrevió a preguntárselo. Con lágrimas en los ojos, Mab les pidió que hicieran algo por su hijita.
Sarah le explicó un chiste malo a la muchacha, pero no logró arrancarle una sonrisa. Probó suerte con uno infalible, pero el resultado fue exactamente el mismo. Era un problema. " esta niña no sonríe ni cuando se lava los dientes", pensó. Entonces intentó hacerle cosquillas, pero la hadita se apartó y no se dejó. Decidió agarrar un martillo y golpearla en la cabeza, pero la reina Mab se negó en redondo. Sentía un gran aprecio por su martillo. Todo apuntaba a que se trataba de una misión imposible, pero Sarah no es de las que se dejan desanimar a la primera de cambio y decidió cambiar de estrategia. Pidió permiso a Mab para llevarse a cenar a su hijita a un restaurante japonés cercano. Era uno de esos sitios que llaman "all you can eat", que en nuestro idioma sería algo así como " te puedes poner las botas porque vas a pagar lo mismo". Comenzaron con una sopa de miso bien calentita, antes de abalanzarse sobre el sushi. A medida que iban comiendo, Sarah le estuvo haciendo confidencias a la princesa-hada. Algunas eran muy divertidas: aquel día en le bajó los pantalones a su papá en un supermercado o la historia de aquel pastel tan bonito que preparó su mamá, pero que no se quiso comer ni el perro. La princesita se puso a reír como una loca. Sarah la acompañó con sus risas y al cabo de un rato todo el restaurante estaba partiéndose de la risa. Fue así como le abrió su corazón. Le explicó a Sarah que su mamá le dedicaba muy poco tiempo porque siempre estaba ocupada atendiendo a los asuntos del reino, y para que no se aburriera la enchufaba al televisor. En realidad pasaba horas y horas cada día viendo televisión.
- ¡Eureka! - exclamó Sarah.
- ¿Te has atragantado con algo? -preguntó la hadita.
- En absoluto, ahora sé qué te pasa. Dentro de los televisores hay unos seres malignos que succionan la energía de los que los miran, y muchos acaban atontados. Creo que deberías dejar de ver la televisión urgentemente.
- ¿Y entonces que haré para no aburrirme?
- Puedes leer libros. En la colección Picarona, algunos cuentos de hadas son realmente deliciosos -le contestó Sarah con una sonrisa.
La princesa, que nunca antes había leído un libro, encontró que se trataba de una proposición un tanto estrambótica. Pero su nueva amiga le caía tan bien que decidió hacerle caso.
Muy cerca del restaurante había una librería que aún estaba abierta. Pagaron la cuenta y se dirigieron hacia la librería. Cuando llegaron, a la librera por poco le da un infarto, pues era la primera vez que veía entrar a la princesa.
Las dos muchachas estuvieron mirando libros durante más de una hora y al final la princesa se decidió por los Cuentos de hadas clásicos y por Polter y la pequeña Sarah. Sarah los había leído hacía años y se los recomendó encarecidamente. Al día siguiente, la reina Pepita y la pequeña Sarah emprendieron el camino de regreso a casa.
Al cabo de una semana la princesa-hada ya se había curado y era una niña feliz, divertida y un poquito más sabia: había leído unos cuantos libros y, sobre todo, había dejado de mirar la caja tonta.
Juli Peradejordi y Sarah Peraejordi