A veces me acuerdo de mi niñez. Los recuerdos, aunque escasos y difusos, vagan por mi mente al igual que las nubes se pasean por el cielo en los claros dias de verano. Lo curioso es que uno de ellos siempre ha brillado sobre los demas, como si su naturaleza lo hiciese imposible de olvidar, imperecedero.
Sentada en el porche delantero de mi modesta casita blanca recibi a Cal y Elissa con una sonrisa que solo las abuelas somos capaces de entender. Vestían el uniforme azul del colegio y sus cabellos relucian como fuentes doradas al entrar en contacto con los rayos de sol. Antaño, mi melena fue como la suya, aunque ahora las canas la cubren por completo.
-¡Abuela!-grito Elissa mientras corria para sentarse en mi regazo-, mira lo que hemos hecho en el colegio, es para ti.
Y me enseño el dibujo de una niña de pelo alado y vestido naranja con unos ojos azules que ocupaban casi todo su rostro.
No puedo evitar sonreir ante la sensibilidad de mi nieta.
-Vaya, Eli, muchas gracias. Es exactamente como la recuerdo.
La niña se emociono al oir aquello y me susurro:
-¿Se lo enseraras cuando venga?
-Por supuesto - respondi.
Caleb habia llegado hasta nosotras con cara de pocos amigos y, al sentarse en el peldaño de la escalera más proximo a su hermana gemela y a mi me pidio:
- Abuela, ¿podrias contarnos aquella historia otra vez?
- Si, si, si - coreó Elissa impaciente.
Y asi lo hice.
Ese dia mi madre trabajaba y yo ya estaba aburrida de quedarme sola en casa. En aquel entonces no teniamos mucho dinero y con siete años ya habia leido tres veces todos los libros de nuestra libreria. Asi que con todo el dinero que habia podido reunir, ya sea con el que conseguia debajo de los cojines del sofa o con el que me encontraba perdido en la calle, sali esa tarde a buscar una nueva aventura que leer.
Sabia donde debia buscar, ya que, cuando recorria con mama los puestecitos del mercado los domingos, siempre me paraba a observar la cristalera de la tienda verde repleta de libros viejos.
Al llegar me di cuenta de que debia de ponerme de puntillas para alcanzar el timbre, y cuando por fin lo consegui, la musica que salio de alli hizo que se me erizara el vello de la parte baja de la espalda. Pero era una musica hermosa.
No parecia que nadie fuese a abrir la puerta, mas yo no tenia la intención de rendirme.
-Entendereéis lo importante que era para mi conseguir ese libro, me sentía como la heroína de una de las historias que tantas veces habia releído. Explorando un mundo que por aquel entonces y, aunque se encontraran tan sólo a unas pocas manzanas de casa, se me hacia grandioso.
Así que giré el picaporte ajado y, para mi maravilla, la puerta estaba abierta. Di un primerr paso poco decidido, pero al respirar una bocanada de aire de la libreria, cualquier duda se esfumo.Podia notar el peculiar aroma de los libros antiguos, e incluso era capaz de saborear las leyendas que se escondían dentro de aquel tesoro.
No queria siquiera parpadear con tal de no perderme ningún segundo de esa visión tan magica. Libros grandes y pequeños; con portadas rojas, marrones, azules, violetas e incluso doradas; verticales, horizontales y del reves; llenando estanterias y armarios, pero también apilados en el suelo o en cualquier rincón de aquella habitación.
Cuando me di cuenta de la razón detras del nombre que los vecinos habían puesto a la tienda no pude más que reirme de mi misma. Nunca había entendido cómo una tienda con fachada de ladrillo y toldo rojo se llamaba la tienda verde. Ahora ya lo entendía, una decena de lámparas de cristal verde iluminaban todas esas páginas.
No sabía por dónde empezar a buscar, así que cerré los ojos y, despacio, dejé que mis pies comenzases a andar: 1...2....3....4....5...y 6 pasos fueron los que di antes de abrir los párpados y encontrarme delante de un reloj de cuco que se apoyaba encima de una pila de libros. Era feo, feo y tan antiguo que dudaba que aún funcionase. Miré el libro sobre el que estaba apoyado, pero era una especie de guía de Europa.
Pensé en lo raro que era que mis pies me hubiesen llevado hasta alli, normalmente el truco siempre me funcionaba. Suspiré algo decepcionada cuando una voz a mi espalda me hizo girar sobre mis talones al tiempo que pensaba alguna disculpa.
-Querida-me dijo una viejecita de pelo muy negro y trenzado-.
Solamente estas viendo lo que todos ven.
Y con una sonrisa vi que apretaba un botón situado a las doce en punto. Empezo a sonar música y entonces vi que el feo reloj se abría y dejaba salir un pequeño, pero perfectamente detallado carrusel con los colores más vivaces e indescriptibles que jamás hubieses visto. Y encima del cabello más bonito de todos, una niña del tamaño de la palma de mi mano giraba al son de la canción mientras hacía revolotear sus alitas transparentes y su roja melena volar. Estaba encantada.
Solté una especie de grito de sorpresa y ella se giró para mirarme un segundo antes de salir volando por la entana asustada.
Me di la vuelta para mirar a la tendera con lágrimas en los ojos pensando en que había despercidiado la mejor oportunidad de mi vida.
-No estes triste, volverá. A los seres mágicos les encanta divertirse en este carrusel. La volverás a ver cuando aprendas a fijarte en lo que a los demás les pasa desapercibido - dijo.
Así que me fui de allí con un libro muy muy antiguo sin nombre alguno, pero con dos alas doradas grabadas en su portada. Y con una lección. Una lección que he llevado conmigo desde aquel día y que me ha permetido ver la belleza y la magia en cada rincón, en cada alma.
-Abuela, ¿tú crees entonces que hasta la niña que se mete conmigo en clase es de alguna forma bella y mágica?
-Si, querida, incluso esa niña lo es si descubres donde debes mirar.
Esa noche, no fui la única de disfrutar del dibujo que había hecho Eli.
Raquel Soriano Velando
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